Reflexión 24 de Julio 2020

“En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo” (Efesios 5. 33)

Que mensaje más importante y actual el de Pablo a la Iglesia de Efeso. Increíblemente pareciera que estuviese hablando hoy a nuestra sociedad y cultura. Precisamente en momentos en que los índices de violencia intrafamiliar se han incrementado como resultado del confinamiento, develando una situación real de abuso y violencia al interior de la familia; cuando se gesta en nuestra sociedad una lucha de género y surge un feminismo a ratos agresivo, en respuesta a un machismo aún más violento que siempre ha violentado a la mujer, con las tristes consecuencias que hoy vemos en el matrimonio, en la pareja y en la familia, encontramos en la Palabra de Dios la exhortación que Él hace a la relación de pareja, al matrimonio.

En los versículos previos, el apóstol ha explicado, tomando como paralelo la relación entre Cristo y la Iglesia, los roles del esposo y la esposa. En una reflexión profunda, Pablo ha dicho que al observar la relación entre Cristo y su Iglesia, es posible entender la manera en que deben relacionarse los esposos.

Al hombre se le llama a amar a su esposa y a entregarse a ella cómo Cristo a su Iglesia. Así lo escribió Pablo, “Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella” (Efesios 5. 25); pero no el amor del “sentimiento” solamente, sino también el “amor del sacrificio”, de la entrega incondicional. Se le exhorta a amar a su esposa renunciando a sí mismo y a su egoísmo. El esposo debe “morir” a su esposa, al igual que Cristo murió por su Iglesia.

La muerte de Cristo por su Iglesia fue por amor, un amor sacrificial que le llevó a sufrir por ella. De la misma manera, dice Pablo, el hombre está llamado a sufrir por su esposa, sufrir muchas veces su rudeza, sus malos ratos, las decepciones que le dará su esposa, incluso sus injusticias, y en éste contexto santificarla, como también lo hizo Cristo, es decir, el esposo debe asumir su liderazgo espiritual. Pero ¿como lo hace? Necesariamente debe tener una experiencia íntima permanente con Dios, debe amar Su Palabra, debe orar e interceder permanentemente por su esposa, alentarla y animarla a buscar a Dios, debe edificarla, honrarla y estimularla respetando su identidad, en definitiva, debe conducir su matrimonio en el temor reverente de Dios.

Y a las esposas, Pablo les llama a respetar al esposo, cómo la Iglesia respeta a Cristo y se sujeta a ella. Al percibir un amor fuertemente comprometido y sacrificial, al experimentar el amor sanador de Cristo, la Iglesia responde con devoción, con respeto y sujeción, porque sabe que no hay abuso ni anulación. De la misma forma, dice el apóstol, debe responder la esposa al amor y sacrificio de su esposo, es decir, respetándolo y sujetándose a él. El machismo y el feminismo como cualquier otra manifestación de abuso y violencia, quedan fuera de ésta relación porque surge, por la presencia de Dios en ellos, una relación recíproca de entrega y amor provisto por Su Espíritu que les fortalece y les guía en tan fuerte desafío.

Este es el diseño que Dios le ha dado al matrimonio, dice el apóstol Pablo, y no el que el hombre ha creído “debe ser”, o “debería ser”. Y ese orden establece que, así como Cristo es cabeza de su Iglesia, el esposo es cabeza de su esposa (Efesios 5. 23), pero en una relación de amor y de vida, de entrega recíproca. Por eso Pablo describe de ésta manera este “amor sacrificial” que Dios les da a sus hijos, “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.  Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13. 4-7).

Queridos hermanos y hermanas, pidamos ayuda a Dios de modo de vivir el matrimonio conforme a Su diseño, transformándolo en un poderoso testimonio del poder restaurador y sanador del Evangelio en la vida del hombre y la mujer de Dios, desterrando para siempre la violencia y el abuso en tan hermosa relación.

Les animo a vivir nuestro matrimonio en ésta dirección, de modo de acallar la osadía humana de trivializarlo, o caricaturizarlo. No se trata de discusiones conceptuales, se trata de un testimonio de vida desde nuestra propia experiencia matrimonial que honre a Dios y se transforme en verdadera esperanza para muchas familias. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.