Reflexión 29 de Septiembre 2020

“El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz. Pero, si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad. Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad!” (Mateo 6. 22, 23).
Hoy volvemos al Sermón de la Montaña enseñado por Jesús a sus discípulos. Los versos de hoy presentan el beneficio comparativo que se deriva de dos condiciones totalmente opuestas. Jesús hace manifiesto el contraste entre una persona ciega y una persona dotada de la vista, cómo también entre la luz y las tinieblas en que ellas viven respectivamente.
Afirma categóricamente que la lámpara del cuerpo es el ojo. Esto no es, por supuesto, literal como si el ojo fuera una clase de ventana que deja que la luz entre al cuerpo, sino una figura del lenguaje fácilmente inteligible. Casi todo el cuerpo depende de nuestra capacidad para ver. Necesitamos ver para correr, saltar, manejar un auto, cruzar una carretera, cocinar, bordar, pintar.
El ojo, como si fuera una ventana, «ilumina» lo que el cuerpo “hace” por medio de sus manos y pies. Es cierto que los ciegos se adaptan a menudo maravillosamente, aprenden a hacer muchas cosas sin sus ojos, y desarrollan sus otras facultades para compensar su falta de vista. Sin embargo, el principio se mantiene vigente: una persona dotada de la vista anda en la luz, mientras que la persona ciega está en tinieblas. Y la gran diferencia entre la luz y las tinieblas del cuerpo se debe a este pequeño pero intrincado órgano, el ojo.
Si tu ojo es “bueno”, dice Jesús, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es “maligno”, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Cuando hay ceguera total las tinieblas son completas. Toda esta descripción es objetiva. Pero también es metafórica. Frecuentemente en las Escrituras el «ojo» equivale al «corazón”. En otras palabras, decir «disponer el corazón» y «tener bueno el ojo» son en algo sinónimos. Baste un ejemplo tomado del Salmo 119. En el versículo 10 el salmista escribe: “Yo te busco con todo el corazón; no dejes que me desvíe de tus mandamientos”; y en los versículos 18 y 19 señala “Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley…. no escondas de mí tus mandamientos”.
De manera similar, aquí en el Sermón de la Montaña, Jesús pasa de la importancia de tener nuestro corazón en el lugar correcto cuando dice “donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6. 21), a la importancia de tener nuestro ojo bueno y sano. Pareciera ser que el argumento de Jesús es éste: así como nuestro ojo afecta todo nuestro cuerpo, nuestra ambición (donde ponemos nuestros ojos y nuestro corazón) afecta toda nuestra vida. Así como un ojo sano, que ve, da luz al cuerpo, una ambición noble e inquebrantable de servir a Dios y al hombre, da significado a la vida y arroja luz a todo lo que hacemos.
Así como la ceguera conduce a las tinieblas, una ambición innoble y egoísta (“hacernos tesoros en la tierra”, por ejemplo) nos hunde en la tiniebla moral. Nos hace intolerantes, inhumanos, despiadados y priva a la vida de todo significado ulterior. Todo es una cuestión de visión. Si tenemos visión física, “podemos ver lo que hacemos” y “hacia dónde vamos”. Así también, si tenemos visión espiritual, si nuestra perspectiva espiritual está correctamente ajustada, nuestra vida estará llena de propósito y dirección. Pero si nuestra visión llega a nublarse con los falsos dioses del materialismo, y perdemos nuestro sentido de los valores, nuestra vida total estará en tinieblas y no podremos ver hacia dónde vamos. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.